4. Ergonomía

4.11. Componentes que participan en la configuración del entorno

La ergonomía se ha ocupado tradicionalmente del estudio de los componentes del entorno de los que dependemos para desarrollar nuestras actividades: iluminación, ruido, sensaciones y condiciones ambientales, en general.

Iluminación. La distribución de nuestras actividades diarias se establece en función de la cantidad de luz ambiental. El sol es nuestra principal fuente de iluminación y la luz que emite determina el ritmo en que los humanos realizamos nuestras tareas habituales y cotidianas: despertarnos, desayunar, vestirnos, trabajar, etc. Pero también hemos sido capaces de producir objetos luminosos artificiales que utilizamos para proporcionarnos niveles de iluminación adecuados a la diversidad de tareas que queremos realizar. Es aquí donde el diseño puede intervenir. El conocimiento de los aspectos más relevantes de la iluminación y su implementación en el proyecto de diseño deben orientarnos para proporcionar unos niveles de iluminación, de los objetos y del entorno, que sean satisfactorios y confortables para sus usuarios.

Las personas coordinamos constantemente nuestros movimientos oculares con nuestro cuerpo para examinar nuestro campo visual en función de las actividades que queremos realizar. Nuestra percepción depende de nuestras capacidades visuales, que requieren una iluminación adecuada para poder captar la diversidad de detalles que nos ofrece nuestro entorno y poder actuar en consecuencia. Nuestros ojos se adaptan constantemente a la cantidad de luz ambiental, enfocando los objetos visibles, cercanos y lejanos, para producir continuamente imágenes que se envían al cerebro. Nuestro cuerpo responde dirigiendo sus movimientos en concordancia a los estímulos visuales recibidos, para ajustar y adoptar posiciones que faciliten una adecuada visión de las cosas.

Nuestro aparato visual capta la luz que emiten los llamados «cuerpos incandescentes» y los «cuerpos luminiscentes». Esta clasificación nos permite diferenciar entre aquellos que generan y emiten luz gracias a una fuente de energía calorífica (por ejemplo, el sol, las llamas, bombillas, pantallas, etc.) y aquellos objetos que emiten luz sin generación de calor, es decir, que utilizan otras fuentes energéticas para irradiar luz. La luminiscencia de este tipo de objetos puede ser natural, como por ejemplo la emisión que producen las luciérnagas, o artificial, por ejemplo los diodos emisores de luz (LED).

Luminancia. La luminancia se refiere a la cantidad de luz reflejada por los objetos y el entorno resultante de la interacción entre la fuente de luz y las características superficiales de los elementos de nuestro entorno. Las condiciones de luz ambiental, el espectro de luz emitida y la capacidad de absorción de las superficies y texturas que materializan los objetos se combinan en la luz reflejada que llega hasta nuestros ojos, los estimula y hace que podamos ver aquello que nos rodea. Las características de la luz reflejada es el factor más importante para la visión humana (recordemos que nuestra capacidad visual está limitada a un espectro cromático determinado: colores del arcoíris). Pensemos en un objeto de un color determinado, un papel coloreado por ejemplo, y observemos sus variaciones de color a medida que modificamos las tonalidades de la fuente de luz que se proyecta sobre el objeto.

Iluminación de un escenario musical con rayos láser. Fuente: Wikipedia.

Color. Nuestra percepción del color depende de la luz que reflejan las superficies de los objetos, sus materiales, texturas y acabados. Las sensaciones que percibimos están relacionadas directamente con las características físicas de la luz: la luminancia, la longitud de onda de los colores y su intensidad o nivel de saturación.

Nivel y distribución de la iluminación. Tanto el nivel de iluminación como su distribución en el espacio son fundamentales para que los individuos capten visualmente el conjunto de estímulos de su entorno vital. Desde un punto de vista ergonómico es importante valorar estos aspectos para proporcionar unas condiciones ambientales que faciliten la ejecución de las tareas a realizar. Los niveles de visibilidad dependen por tanto del nivel de iluminación y de las variaciones y distribución de la luz en el espacio. Debemos tener en cuenta que el ojo humano es capaz de responder a los contrastes de luz y de color y adaptarse a las condiciones de iluminación en función del tiempo y del espacio. Esta versatilidad indica que debemos tratar las cuestiones de iluminación con flexibilidad y no en términos absolutos. Los niveles apropiados de iluminación deben determinarse en función de cada situación, de las tareas a realizar y aplicando criterios de percepción visual.

McCormick, en sus recomendaciones sobre cómo establecer un nivel de iluminación adecuado en función de cada actividad, prioriza la distribución moderada, equilibrada y razonable de la luz en función de los espacios y las áreas de trabajo. También contempla dos principios relacionados directamente con la captación del campo visual: la detección y la agudeza visual. El contraste luminoso presenta las características de las cosas y sus niveles de intensidad nos permiten captar con mayor o menor fidelidad los detalles de los objetos. La luminancia del fondo nos permite detectar y discriminar las diferencias entre los objetos y su entorno (recordemos el principio gestáltico de figura y fondo). Tenemos disponibles unos estándares de iluminación que recomiendan unas proporciones o niveles de iluminación en función de las situaciones y de las actividades.

Reflectancia y deslumbramiento. Entre los fenómenos físicos que afectan a nuestro campo de visión y a la visibilidad debemos tener en cuenta la reflectancia de las superficies y los deslumbramientos. Ambos fenómenos pueden perturbar nuestra capacidad visual, generando molestias, incomodidades o dificultades de percepción.

La reflectancia es la capacidad de un cuerpo para reflejar la luz, directa o indirectamente. La reflectancia indirecta se refiere al nivel de luminosidad aportado por la reflexión de la luz sobre la superficie de todos los objetos que constituyen el espacio, paredes, techo, suelo y demás componentes. Los reflejos directos suelen estar producidos por objetos elaborados con materiales reflejantes como el vidrio, por ejemplo espejos y pantallas, o por productos con superficies muy pulidas. En algunos casos, dependiendo del ángulo de incidencia, los reflejos producen deslumbramientos o brillos, por luz excesiva o repentina, que dificultan directamente la visión de las personas. Estos efectos se suelen producir con frecuencia y por ello debemos valorarlos para tenerlos en cuenta en nuestros diseños e intentar incrementar la comodidad visual de los usuarios.

Ruido. El ruido está siempre a nuestro alrededor. Podemos considerarlo como una inevitable molestia, puede influir en nuestro bienestar y rendimiento, afectar a nuestras horas de descanso y, además, puede lesionar nuestro aparato auditivo. Es necesario tener ciertos conocimientos sobre el ruido tanto por lo que respecte a los efectos fisiológicos que genera en las personas como por su impacto psicológico (ruido en las inmediaciones de los aeropuertos). Entre los efectos fisiológicos que producen los ruidos, quizás el más importante es la pérdida de nuestras capacidades auditivas. La emisión de ruidos de ciertas frecuencias, de gran potencia y larga duración pueden dañar directamente la audición.

El ruido, su tipología y sus distintos niveles de intensidad han ido adquiriendo transcendencia a medida que las comunidades han ido evolucionando. En las sociedades actuales, organizadas en grandes concentraciones urbanas, los niveles de ruido se han incrementado mucho (vehículos de transporte y tráfico en general, máquinas y aparatos electrónicos y mecánicos, etc.) y tienen una presencia muy relevante. Además, y en paralelo al desarrollo industrial y tecnológico, se ha incrementado la variedad y el número de sonidos que percibimos. Por ello se ha generalizado el término de contaminación acústica para referirse a cómo la intensidad y frecuencia de los ruidos pueden llegar a perturbar el desarrollo normal de nuestras actividades. La implantación y construcción de barreras sonoras intenta minimizar los efectos nocivos que los ruidos provocan en la salud de las personas.

La definición de ruido que se utiliza en la teoría de la información hace referencia a la percepción de estímulos auditivos, de sonidos, que se caracterizan por no transmitir información directamente relacionada con el tipo de actividades que queremos realizar. Por tanto, podemos considerar que su presencia es innecesaria o puede influir negativamente en el desarrollo normal de nuestras actividades. Las características del ruido que pueden ser molestas para las personas dependen de la intensidad, el ancho de banda y la duración de los sonidos.

Los límites de ruido aceptables deben ser evaluados en función de cada situación y teniendo en cuenta los efectos que producen en el rendimiento de las personas que deben realizar las tareas prescritas. La presencia de ruido influye poco, en general, sobre el desarrollo de tareas simples, sencillas y repetitivas, pero tiene una gran repercusión en la ejecución de actividades complejas o difíciles, sobre todo aquellas que exigen concentración y atención. Podemos diferenciar los tipos de sonidos por el tipo de cualidades que presentan y por cómo pueden influir en el comportamiento de los individuos:

  • Ruido constante: permanencia de sonidos en el tiempo que, en función de la frecuencia e intensidad, pueden interferir o no en nuestras acciones.
  • Ruido discontinuo: se refiere a ruidos alternos o intermitentes, pero estables en el tiempo (típicos de los procesos industriales donde las máquinas funcionan durante unos periodos de tiempo establecidos), que influirán en determinados tipos de tareas.
  • Ruido de impacto: este tipo de sonidos inesperados o de gran potencia pueden causar sobresaltos que ponen en peligro la ejecución normal de las actividades.

Condiciones atmosféricas. Las condiciones atmosféricas del ambiente exterior son determinantes para ordenar y clasificar el tipo de actividades que diariamente hemos de llevar a cabo y aquellas que queremos llevar a cabo (ver clasificación de Gehl). Sin embargo, los humanos podemos modificar y adecuar las condiciones ambientales de nuestros espacios interiores para favorecer la realización de las tareas.

Temperatura y humedad. Los sistemas de calefacción, de aire acondicionado y de circulación del aire nos permiten controlar los parámetros de temperatura y humedad para optimizar térmicamente los ambientes de trabajo.

Los seres humanos necesitamos mantener una temperatura estable —cercana a los 370— que interacciona constantemente con las condiciones ambientales presentes en cada momento. La piel, como mayor órgano del cuerpo, mediante su gran superficie es la que se ocupa de la  termorregulación de los individuos. En general el cuerpo humano intenta adecuar su temperatura, buscando un equilibrio térmico, en función de las condiciones térmicas externas, aumentando su temperatura superficial en respuesta al ambiente caliente (con este mecanismo consigue perder energía calorífica y evita, al mismo tiempo, su adquisición) y enfriando la piel para disminuir su temperatura en ambientes fríos (una piel más fría disminuye la pérdida de calor corporal).

La ropa y distintos tipos de protecciones constituyen otro tipo de recursos que utilizamos para regular nuestra temperatura corporal. La variedad y disponibilidad de este tipo de elementos nos ofrece posibilidades para adaptarnos a condiciones extremas de temperatura. El uso de vestimenta aislante o cálida puede aumentar nuestros niveles de tolerancia al frío y a los tiempos de exposición, de la misma manera que en entornos calurosos el uso de tejidos ligeros y sueltos favorecen la pérdida corporal de calor y su evaporación. En ambientes cálidos también es importante el uso de vestidos blancos, que atrapan menos radiación solar y evitan la acumulación de temperatura.

La altitud y la presión del aire. Las personas estamos mejor adaptadas a las condiciones físicas ambientales que se dan a nivel del mar. Por ello, las ubicaciones que se distancien de estos entornos geográficos pueden influir negativamente en el desarrollo normal de nuestras actividades. Las personas que viven normalmente en terrenos elevados, montañas o altiplanos, a pesar de presentar unas condiciones generales de adaptación, pueden verse afectadas por la presión del aire y, además, los niveles de oxígeno presentes en el aire pueden afectar a su bienestar. De la misma manera, el desarrollo de actividades submarinas, un entorno poco propicio para el desarrollo de actividades humanas, puede presentar grandes dificultades de adaptación y de realización.

Contaminación atmosférica. Los seres humanos intervenimos directamente en nuestras propias condiciones ambientales por medio de nuestras actividades. El progreso industrial y tecnológico, junto con la generación y adopción de nuevos hábitos de vida, están contribuyendo de forma muy significativa al deterioro de nuestro medio ambiente. La actividad humana actual se caracteriza por generar un cúmulo de contaminantes que afectan al medio ambiente de la misma manera que nos afectan a nosotros mismos. Los productos resultantes de los procesos productivos generan residuos que hemos de tratar y de contener porque invaden progresivamente nuestro entorno. Humo, gases tóxicos, emanaciones, contaminan el aire que respiramos. Productos que procuran mejoras en la producción de alimentos naturales, como herbicidas, insecticidas, hormonas, etc. contaminan nuestras tierras, ríos, mares y alimentos, penetrando en todos los ciclos biológicos de las distintas formas de vida. Estos productos contaminantes están presentes en mayor o menor medida en nuestros alimentos y nuestro ambiente, perjudicándonos a nosotros mismos y a nuestra salud. El tratamiento de los residuos que genera la propia actividad humana, su incidencia nociva general, se ha convertido en uno de los principales temas de interés y de preocupación de las personas.